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Sinopsis: La destrucción de los dioses orquestada por la mano de una guerrera de oscuro pasado y un hombre de fe.
Roja.Su sangre era roja igual que la suya. Tiró. La espada no salía. Le había atravesado con ella a pesar de que le amaba.
¿Le amaba? Era entrometido, bondadoso hasta la estupidez, obediente, solícito, tal vez sumiso, demasiado sumiso. Su fe controlaba su vida y las reglas morales de una sociedad ingenua gobernaban sus actos, sus palabras, quizá incluso su corazón. Sí, el mismo que había desagarrado ella con el filo de su espada.
Le miró a los ojos vidriosos. La muerte comenzaba a asomar en ellos como una sombra no invitada. Los tenía muy abiertos y con las pupilas tremendamente dilatadas. ¿En serio podían dilatarse tanto aquellos diminutos puntitos negros? Casi no dejaban ver el azul de sus ojos. De sus hermosos ojos, tan llenos de cariño…
Sintió algo, ¿culpa? La estaba mirando a ella. Primero con sorpresa, seguramente no esperaba ver su arma en su pecho, menos aun empuñada por ella, al menos ahora no.
Al principio de conocerse, sin duda. Y a pesar de todo lo ocurrido siempre vigilaba sus actos y temía verse de nuevo luchando contra ella por proteger su vida, pero hacía mucho tiempo de eso.
Luego. Luego… Sus ojos… intentaba decirle algo, ¿qué era? ¡Increíble! La estaba perdonando… ¿Qué no era culpa suya? Se había vuelto loco. Ella deseaba matarlo. Tomó su arma, desenvainó y… No, un momento. Ella ya no tenía motivos para matarle. Se había encariñado con él. Era una lata aguantarle todos los días pegado a ella, pero se había acostumbrado. Ahora casi le gustaba tenerle a su lado, pero… ¿Entonces?
Ares.
Ares estaba allí, con ellos ¿Qué hacían en su reino?
Eso es… Ares les había sorprendido en su propia casa, había visto la cólera en sus ojos. Y después… después su juicio se había nublado y ahora la sangre, roja, manchaba de nuevo sus manos.
Él les había sorprendido hurgando en su hogar y había montado en cólera. Pero ¿por qué era ella y no Ares quien había matado al hombre?
—¡Control mental! —susurró arrancando la espada del cuerpo y sosteniéndole tiernamente entre sus brazos, para que no golpeara el suelo.
Entonces la vida, hasta entonces detenida, en suspense, como en un sueño, siguió fluyendo. Recuperó su ritmo. Ares reía a carcajadas y ella trataba de detener el fluir de la sangre con su propia capa, haciendo presión sobre la herida. Le rogaba que aguantase, que no se fuera a donde ella no podía acompañarle, pero él parecía no oírla y su rostro era un cúmulo de paz. Un pozo de inalterable tranquilidad. Y ella lloró. Derramó lágrimas sobre el pecho masculino ahora inerte y Ares lo miraba todo con una complacencia propia de un sádico que ve cumplido su sueño de sangre y muerte.
Rhoda le besó los labios. El primer y último beso de su reconciliación con él y con el mundo. Se puso en pie con el rostro inexpresivo, no había odio en él, ni tristeza, ni ira. Nada. Sólo recuerdos, memorias lejanas en el tiempo que se agolpaban ahora en su mente, un rápido resumen de su vida, su vida…
La sonrisa de su madre al despertarla cada mañana, los abrazos de su padre al acostarla, el olor a menta de su abuelo… el olor picante de la sangre invadiendo sus fosas nasales mientras ve como los soldados matan a su familia… el miedo, el desamparo y luego la ira, la determinación. La sangre goteando desde la herida abierta en la garganta hasta su delgado brazo. Su venganza cumplida bajo la forma de una certera daga que desgarra la arteria principal.
Su vida no había sido un mar en calma desde que, a los seis años, le arrebataran lo que más quería en el mundo.
Maltratada por sus captores, esclavizada durante años por el asesino de su familia, no se detuvo hasta cumplir su venganza y tomar el mando de aquel ejército de siervos oscuros. Un ejército que dirigió sembrando el pánico, incapaz de saciar su sed de sangre despertada a la fuerza, incapaz de olvidar, de dejar de odiar.
Arrasó ciudades enteras haciendo sombra incluso al mismísimo Dios de la Guerra quien, en lugar de enfurecerse, quedó contemplando las maravillosas hazañas forjadas por el brazo de una mujer.
Rhoda.
Rhoda, a quien los Dioses temían o compadecían.
Rhoda la Guerrera Oscura de Grecia.
Afrodita, la Diosa del Amor, compadecía a una mujer que había perdido la capacidad de amar. Sus ojos derramaban lágrimas de plata al observarla. Su poder se resentía frente a tanto odio como irradiaba. Aquellas sensaciones la movían a hacer algo para calmarla. Buscó entre los mortales a alguien digno de cumplir su voluntad. Durante meses se dedicó a tal empeño hasta que por fin, lo encontró.
Tassos, antiguo general de los ejércitos de Troya, había abandonado las armas por el sacerdocio varios años atrás, harto de los sufrimientos de la guerra. Se refugió en el Templo de Hades para orar por los muertos y rogar por que alcanzaran el puesto que les correspondía en el reino del Dios. Se había convertido en un hombre amable, tranquilo, vueltos sus ojos a los Dioses. Convencido de que cada uno de sus actos tenía una razón de ser, una razón para cuidar de sus hijos mortales.
A él recurrió Afrodita con una misión: debía vencer en combate a la más poderosa guerrera de Grecia y borrar así el odio de su corazón. Tassos no fue capaz de negarse.
La batalla fue salvaje. Ambos eran diestros y experimentados luchadores. El combate se alargó durante varias horas sin que ninguno de los implicados diera muestras de cansancio. Pero al final, el velo de odio que nublaba los ojos de Rhoda, fue lo que la derrotó. Su espada se quebró y ella cayó de rodillas al suelo, vencida, confusa. Pero su corazón volvía a latir.
Tassos había concluido su misión, pero al verla tan indefensa, se decidió a acompañarla. Ayudarla a vencer a sus demonios interiores, aquellos que nunca habrían de abandonarla.
Rhoda era hosca, antipática, engreída, desagradecida, salvaje, pero, en el fondo, Tassos así lo sabía, latía un corazón capaz de sentir bondad.
Muchos años hacía ya de aquello.
Él la amaba, se había enamorado irremediablemente de ella aunque se negaba a admitirlo por miedo a su reacción. Rhoda no era amable con él, aunque en el fondo agradecía su compañía, su ayuda en su constante lucha por controlar su impulso asesino, pero era incapaz de decírselo.
A menudo mantenían largas discusiones cuyo tema principal eran los Dioses. Tassos insistía en protegerles, en justificar sus actos con cientos de ejemplos que Rhoda disfrutaba destruyendo con la cruel realidad.
—A pesar de tu edad —él era varios años mayor que ella —eres un ingenuo insufrible, Tassos —le había dicho en una ocasión, sentados ambos alrededor del fuego, en mitad del bosque —. Los Dioses tan solo juegan con nosotros, Ares crea guerras para satisfacer su ego, Afrodita forma parejas para olvidar su maltrecho matrimonio, Zeus y Hera nos utilizan en su particular partida de ajedrez en un infructuoso intento por vencerse el uno al otro, Hades…
—Basta Rhoda, no deberías hablar así de…
—Abre los ojos de una vez, —explotó ella —sí quieres arreglar algo en este mundo más vale que lo hagas tú mismo. No… —dijo ella levantándose y mirándole con desprecio —no eres más que un cobarde que se refugia entre muros de piedra, lejos de la realidad, para no ver lo que le causa tanto sufrimiento.
—Eres cruel Rhoda —se lamentó él con tristeza. Una chispa de culpa se reflejó en los ojos de la mujer, imperceptible para cualquiera, incluso para ella misma.
—Tassos, empuña tu espada de nuevo y yo te enseñaré lo que debes hacer para librarte de tus temores, pues yo fui uno de ellos.
Desde aquel instante ambos emplearon su acero para hacer la justicia de los Dioses. Poco a poco, Tassos se fue convenciendo de que ella tenía parte de razón, aunque aún era incapaz de abandonar del todo sus convicciones y esto exasperaba a la ardiente mujer.
Pero Ares había ido demasiado lejos. En su afán por convertir el mundo en la perfecta guerra, el Dios había creado un ejército de generales de ultratumba, seres indestructibles para guiar a los humanos hacia la batalla.
Hermes, guiado por la mano de Hércules, hijo de Zeus y quien de entre todos los Dioses o semidioses mejor conocía a los mortales, había entregado una misiva a Tassos y un objeto. Un peligroso objeto que no debía utilizarse salvo como último recurso. Siendo él el preferido de Afrodita, se había ganado la confianza del poderoso semidios. Partícipe del terror y la destrucción que Ares estaba ocasionando, no pudo rehusar la petición de Hércules y aceptó la misión de detener a Ares.
—No es necesario que me acompañes.
—¿Bromeas? No he logrado despegarte de mí en todos estos años, y cuando por fin accedes a hacer algo lo bastante estimulante ¿vas a dejarme de lado? —Rhoda le sostenía del brazo con el ceño fruncido y determinación en sus oscuros ojos negros —. Voy contigo, hace mucho que he de resolver un asunto con Ares.
—No Rhoda, no es tiempo para venganzas, ¡se trata de detener a un Dios! —exclamó él.
—Pues detengámoslo, ¿acaso crees que podrás hacer esto tú solo? —Tassos titubeó inseguro. Ella sonrió sabiéndose triunfante y le arrebató el objeto sagrado ocultándolo bajo su camisa —. Estará más seguro conmigo, nadie se atreverá a acercarse tanto como para arrebatármelo ¿no crees? —le incitó con cierta lujuria en sus ojos.
Tassos tragó saliva despacio, sacudió la cabeza consciente de su derrota y la siguió dócilmente, con la congoja exprimiendo su corazón. Al menos ella sabía cómo entrar al reino del Señor de la Guerra, eso ya era una ventaja.
Rhoda le besó los labios, el primer y último beso de su reconciliación con él y con el mundo. Se puso en pie con el rostro inexpresivo. No había odio en él, ni tristeza, ni ira… nada. Apartó los recuerdos para enfrentarse a Ares, el Dios de la Guerra. Éste la miró por un momento con un resquicio de miedo que desapareció en seguida. ¿Acaso un simple mortal podía algo contra un Dios?
Rhoda recogió su espada del suelo y mentalmente, ocultando a Ares sus pensamientos, invocó a aquel que no debe ser llamado.
El objeto sagrado pendía de su mano, guardando aún el calor de sus senos, sus protectores durante todo aquel viaje. Latiendo como lo hiciera su corazón, llorando con él por la muerte de su amado. El mundo volvió a detener su cauce, el viento se congeló en la nada. La oscuridad y la luz, rivales hasta ese momento, quedaron expectantes. El objeto comenzó a emitir un leve fulgor oculto por los dedos de la mujer, desapareció entre volutas de humo y comenzó a materializar un cuerpo tras el Dios. Un cuerpo terrible, de un ser innombrable, una criatura de pesadilla divina.
Rhoda lanzó entonces su arma, la hoja pasó rasante junto a Ares sin causarle el más mínimo daño.
—No es propio de ti fallar —siseó con ironía el Dios de la Guerra, conocedor de la gran destreza de la mujer.
—¿Quién dice que he fallado? —inquirió inexpresiva la guerrera.
Ares volvió el rostro a tiempo de ver como Ragnarok, la criatura nórdica, atravesaba su pecho con el arma de la guerrera.
Y el Dios sintió así las mil muertes sobre él. Yaciendo al fin, igual que su reino del que nada queda. El Ragnarok desaparece en busca del resto de los Dioses, pero antes, lanza una mirada inquisitiva a Rhoda, la mujer que acababa de liberarle para cumplir su terrible tarea, quien asiente y retorna junto a su amado volviendo la espalda a quien tiene como misión destruir a los Dioses y renovar el mundo.
Llora por Tassos y también por ella, pues nunca volverá a amar y sin amor, en vida o muerte, queda condenada a vagar sin esperanza pagando sus crímenes pasados sin una luz que le ilumine el camino.
La Oscuridad se cierne sobre ellos. El mundo agoniza bajo el mando de los Dioses y Ragnarok engulle todo a su paso, por restaurar lo que ha sido mancillado. Los Dioses gritan de terror. Algunos derraman lágrimas, conformes con su nuevo destino. Rhoda se aferra al cadáver de su amado Tassos sin importarle nada, excepto conservarlo a su lado pase lo que pase.
Todo se vuelve negro a su alrededor y, poco a poco, el mundo desaparece entre tinieblas.
—¿Conocías mi misión? —Hércules asiente impertérrito ante la presencia del Ragnarok —Aun así entregaste el objeto sagrado que me liberaría a un mortal —Hércules vuelve a asentir —. ¿Cómo convenciste a Loki de que te lo entregara? No eres un Dios completo.
—¿Acaso importa eso ya? Ni él, ni yo, ni tú, quedaremos cuando termines el trabajo.
—Tienes razón. Una última pregunta antes de hacerte desaparecer —Hércules consiente —¿Por qué?
El semidios sonríe y mira las tinieblas que les envuelven.
—¿Por qué? Porque éste era un mundo mortal hecho para mortales. Ya es hora de devolvérselo.
EpílogoTrece días y trece noches las tinieblas repararon el mundo que los Dioses habían malogrado devolviéndoselo finalmente a los humanos, mortales que lo poblaban, sin recordar aquel oscuro período. En sus mentes quedó la idea de los Dioses, cada uno a su manera, la idea de algo superior creador del mundo que pisaban. Pero ya no había Dioses que intervinieran en la vida de estos, ahora eran libres, al menos mientras vivieran en su mundo mortal pues, el inmortal, sería otra cuestión.
Y en una hondonada en mitad del bosque, mullida de hierba, hojas y flores, dos figuras yacían abrazadas la una a la otra, fundidas en su solo cuerpo, ambas desnudas y libres de magia divina. Ella, una guerrera de oscuro pasado que había dejado atrás por fin. Él, un sacerdote que había abandonado el hábito para unirse a ella.
Rhoda había abierto los ojos despacio, temerosa por la fuerza que había desatado en el mundo. Se encontró de frente con los claros iris azules de él. Su sonrisa, el amor y la paz que despedía cada fibra de su ser. Le abrazó, sin poder creer aún que estuvieran vivos. Y tras reconciliarse por fin, definitivamente, construyeron un mundo en el que vivir en paz, lejos de los Dioses que jugaron con ellos. Guardaron siempre el secreto de lo ocurrido, murió con ellos. Y se amaron, se amaron siempre.
FIN
N.d.A.: Tanto la mitología Nórdica como la Griega que han sido empleadas en este relato, han sido modificadas al gusto para cumplir a los propósitos de la historia. Si realmente quieres conocer mejor lo que esconde la mitología, en internet hay muchos enlaces que pueden serte de ayuda… O quizá… quizá esta fue la verdadera historia antigua, oculta en tu mente gracias a las tinieblas del Ragnarok…
El contenido de este relato puede ser reproducido total o parcialmente, siempre y cuando se incluya referencia a la autora. Todos los derechos reservados. Bajo licencia SafeCreative. Primera edición: 2008 – Reeditado para publicación Julio 2018 Título original: Un mundo mortal hecho para mortales © 2018 Patricia Villanueva Polo Fotos de portada: Cocoparisienne (Pixabay) Maquetación y Diseño de portada: Patricia Villanueva Polo Publicado por: Patricia Villanueva Polo