Crystal era, con diferencia, la mejor inventora de su aldea. Y eso era mucho decir para una gnoma. La mayoría eran agricultores o mineros, pero muy pocos nacían con el ingenio y creatividad necesarios para inventar algo nuevo.
Crystal contempló el cielo estrellado desde el interior de su cabaña. ¿Qué cómo podía hacerlo? Fácil, había un agujero en el techo. No uno hecho a mano con dedicación y empeño, no. Aquel agujero era fruto de una gran explosión. Y aquello sucedía siempre que se estaba inventando algo nuevo. Sin explosiones, no se llegaban a dilucidar las grandes ideas. Y eso ella lo sabía muy bien.
La noche del solsticio de invierno era importante. El rey había dado encargo de un móvil que representara a los Dioses de la fertilidad y su séquito, cuando bajaron a la aldea para proveer de trigo y frutos con los que alimentarse.
La pequeña gnoma depositó su trabajo en el centro de la sala. Era el más grande de todos y el único, como pudo comprobar al quedarse para el final, que tenía movimiento. El resto no eran más que figuras colgantes que se balanceaban con el aire.
Los dioses labrados en fino metal eran bellísimos. Parecían flotar en el aire y bajar hacia la tierra, seguidos de varias esculturas más menudas y menos vistosas. Se dejaban caer entre los asombrados gnomos tallados en madera y al hacerlo sonaba una bella melodía.
El rey quedó muy complacido con su trabajo que fue llevado a la cámara del tesoro para exponerlo en años venideros.
Crystal se inclinó para agradecer la deferencia del rey y, al hacerlo, una pieza llamó su atención. Un diminuto tornillo…
Quién sabe, quizá, el próximo año, las figuras salieran despedidas por la sala…, pero ¡eh! ¿Qué es un buen invento sin un estallido?